Se um patrocinador firme no seu apoio e generoso na sua ajuda tem a causa do terrorismo árabe no Meio Leste, esse é o incombustível Ministro de Assuntos Exteriores espanhol, Miguel Ángel Moratinos.
Segundo fontes de toda solvência, Miguel Ángel Moratinos utiliza os fundos de cooperação, entre outras coisas, para algo mais que subministrar “ajuda humanitária” aos seus bons amigos palestinianos. No quarto trimestre de 2008 concedeu arredor de 14 milhões de euros em subvenções aos territórios controlados pela ANP, em ajudas à agricultura, ONG’s e uma partida de 76.000 euros para a participação duma delegação palestiniana na Feira Internacional de Turismo, FITUR 2009, que se desenvolveu em Madrid.
Através desses fundos o Governo socialista espanhol sustenta economicamente também à representação diplomática da ANP em Espanha e 600.000 euros para financiar à “Delegação Geral Palestiniana em Espanha”.
Moratinos é uma calamidade política que, como bom ántisemita, o mesmo reprende e ameaça aos representantes diplomáticos do povo judeu por questionar que Zapatero faga o ganso enfundando-se uma kefya, que faz mofa alardeando do seu razismo -como por exemplo no seguinte vídeo- sem apenas reprimir a baba que lhe cai mentres se burla e ridiculiza a uns negros, farfulhando a jerga que escuitara nos filmes de Tarzám. Menuda graça!
A basura que reproduzimos a continuação foi publicada no diário ABC o 12 de Novembro de 2004 pela mediocridade tambaleante que exerce funções de Ministro de Assuntos Exteriores em Espanha, com motivo da morte do corrupto e criminal sátrapa palestiniano Yasser Arafat. Todo um retrato de homenajeador e homenajeado.
ARAFAT, PADRE DE
El presidente Arafat es Historia. Y no me refiero a que es pasado porque haya muerto. Al contrario: su incansable esfuerzo durante tantos años, desde que en 1949 fundara
A Abdel Raouf, nacido en 1929, quinto hijo de un comerciante, le recordará su pueblo como la encarnación de la lucha por su destino como nación. Le recordará también por sus otros nombres, Yaser Arafat o Abu Amar, por su semblante casi siempre sonriente y amable a pesar de la dureza de los momentos que le
tocó vivir. Con su tradicional kefieh blanco y negro -del color de las imágenes del conflicto en Oriente Próximo y reflejo de la geografía de su Palestina-, con el eterno uniforme verde oliva de militante, su figura ha quedado impresa en la retina y en el imaginario colectivo como un luchador incansable que no tuvo otra razón de ser que la del afán de su causa.
El fervor que le ha deparado su pueblo en momentos difíciles e importantes de su andadura es el mejor baluarte de la legitimidad de su causa. Le he conocido mucho, al igual que a otros actores en el tremendo conflicto de palestinos e israelíes, y mi testimonio comprometido es de sincero reconocimiento a su lucha honrada y valiente. Fueron muchas, muchas horas compartidas en los diferentes momentos de la historia reciente de Palestina. Era un hombre cálido, como suelen ser los de aquella tierra, sin distinción de razas ni de culturas. Era también amigo de España, una amistad correspondida por nuestro país desde siempre, como muy gráficamente quedó plasmado en aquella histórica foto del sincero abrazo entre el presidente Suárez y Arafat en 1979, durante su primera visita a España. Quince años más tarde, los Premios Príncipe de Asturias mostraban al mundo que nuestro país mantenía su compromiso con la paz entre palestinos e israelíes, mediante la concesión del premio de Cooperación Internacional al presidente Arafat y al primer ministro Rabin. Recuerdo además que el Rais se refería con gran cariño a Su Majestad el Rey Juan Carlos I como «el Rey de Jerusalén».
Poco antes, los dos líderes habían recibido el Premio Nobel de
Arafat ha sido un gran líder para su pueblo, que le eligió democráticamente para ser su presidente. Fue tenaz y contó con una clara legitimidad para defender sus intereses con valentía. Fue consciente de que la paz y la libertad entre los palestinos exigían permitir a su pueblo elegir libremente a sus representantes y parlamentarios, a través de elecciones que fueron supervisadas por observadores internacionales. La legitimidad de su acción contó por lo tanto con el respaldo popular avalado por la elección democrática.
Arafat ha sobrevivido a muchas cosas que la mayoría de las personas no experimentan jamás: décadas de exilio y destierro, bombardeos, un accidente de avión que le dejó secuelas y problemas de salud, ataques con misiles -uno de ellos lo vivimos juntos hace dos años- y la ácida herida de la incomprensión y hasta el aislamiento. En los últimos años, su vida estuvo ensombrecida por su confinamiento en su cuartel general de la «Mukata», convertido en una verdadera escombrera, lo que no le impidió seguir luchando por la defensa de su pueblo, impulsando negociaciones y buscando alternativas de paz. Este es en definitiva su legado: negociar para alcanzar la paz.
No todo ha sido luz en la trayectoria de Arafat. Las sombras incluyen su incapacidad para canalizar políticamente la frustración palestina tras Camp David y controlar la segunda Intifada. Como yo mismo le dije en más de una ocasión, no pudo o no quiso dejar de ser un líder revolucionario para alcanzar la altura y la solidez institucional de un auténtico Jefe de Estado. También se le puede reprochar su falta de mano firme con algunos personajes de su entorno más preocupados por sus ambiciones e intereses personales que por la causa de su pueblo.
El legado de Arafat nos exige mirar hacia adelante. Arafat tenía fe en que aquellos en el exilio que se llevaron consigo las llaves de sus casas y los que se quedaron en tierra palestina, recibirían algún día, a cambio de sus sacrificios, la recompensa del regreso y la libertad. Muchos finales son, en definitiva, principios de algo más. Lo importante es darse cuenta. La muerte de Arafat debe servirnos para conseguir la paz. Hay que mover las manecillas del reloj hacia adelante, por encima de la tentación de mirar atrás, donde queda fundamentalmente dolor.
Ante las circunstancias difíciles que ha vivido y sigue viviendo el pueblo palestino, algunos pueden optar por la inercia, esgrimiendo la fatalidad de su destino. No ha sido el caso de Yaser Arafat.